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STORY
La historia de Germán: Cambiar los campos de caña de azúcar por la escuela en Bolivia

SAN JUAN DEL CARMEN, Bolivia, 10 de junio de 2011. A la sombra de un mar de campos de caña azúcar, Germán Tumpanillo, de 13 años, recita todo lo que le gusta de su nueva comunidad.


“La escuela, los amigos, la seguridad que hay aquí… que tenemos un lugar para jugar a la pelota...” Sin embargo, poco tiene que decir acerca de la vida en la plantación de caña de azúcar de su aldea anterior, excepto que no había escuela.


Posibilidad de una educación


Hasta la edad de nueve años, Germán vivía con su familia en una gran plantación de caña de azúcar en las tierras bajas orientales de Bolivia. Él y sus cinco hermanos no asistían a clase porque no había transporte para llegar a la escuela más cercana.


En lugar de ello, pasaban los días cortando caña y haciendo tareas bajo la lona de plástico que hacía las veces de hogar. Su vida cambió drásticamente en 2007, cuando su hermana mayor llamó para decir que ella y su marido habían encontrado una comunidad independiente rodeada de campos de caña de azúcar… con una escuela.


La madre de Germán, Rosa Galindo, tiene 35 años y lo envió inmediatamente. “Debido a que yo no llegué a estudiar cuando era niña, quería que uno de mis hijos fuese la escuela”, dice. Germán se matriculó directamente en el tercer grado cuando tenía nueve años de edad y pronto llegó el resto de su familia.


“Aquí, empezamos a dar clases bajo lonas; los alumnos estudiaban a la sombra de los árboles”, dice la maestra Estefanía Sejas Uriyona. Tal fue el éxito de la escuela, que los recién llegados desbordaron rápidamente las instalaciones.


Con financiación de UNICEF y del gobierno regional, la comunidad construyó dos casas escuela y nombró cuatro maestros permanentes.


Para alguien de fuera, San Juan del Carmen sigue siendo una aldea pobre con chozas techadas y sin electricidad, pero para las familias como las de Germán, está a un mundo de distancia de la vida de migración constante que llevan los trabajadores de la caña de azúcar, que suelen alojarse en campamentos temporales en las tierras donde trabajan.


Aquí han establecido una comunidad, un lugar donde pueden levantar una casa y, algo igual de importante, una casa que les pertenece. Arbustos bien cortados bordean la cancha de fútbol y unos senderos limpios de basura serpentean de casa en casa.


Redescubrir la infancia


San Juan del Carmen tiene un significado aún mayor para los niños, ya que les ha permitido redescubrir la infancia. “Hoy vamos a ir a los campos a ver a cortar caña”, dice Juan Gabriel alegremente. Pero a media tarde, los niños siguen jugando a las canicas a la sombra de la escuela, bromeando y hablando de hacer la tarea.


Otros días, muchos de los niños tienen que ir, en efecto, a los campos para trabajar con sus padres. “Cuando hay trabajo que hacer, como plantar campos de caña o realizar tareas de limpieza, vamos para ayudar un par de horas, y luego volvemos a descansar. Gano un poco de dinero para comprar las cosas que necesito”, explica Germán.


Esto una realidad a la que hacen frente la mayoría de los jóvenes bolivianos que viven en el campo: si quieren zapatos y material escolar adicional, se espera que dediquen parte de su tiempo libre a complementar los ingresos de la familia. Aunque muy lejos quedan los largos días de trabajo agotador por pura necesidad que Germán y sus hermanos experimentaron antes de llegar a esta comunidad.


Decenas de miles de niños trabajan tradicionalmente, a veces con solamente seis años, en dos de las actividades laborales más duras de Bolivia: el cortado de caña de azúcar y la minería.


Menos niños trabajadores


En la cosecha de azúcar, el número de niños trabajadores se ha reducido de 8.000 a menos de 1.000 en la última década, gracias a las iniciativas que proporcionan escuelas estables e infraestructura básica a las comunidades como San Juan del Carmen.


El próximo año, cuando Germán cumpla 15 años y termine el octavo grado, se encontrará en una encrucijada que resulta familiar para muchos niños en Bolivia. “Me gustaría seguir estudiando”, dice, pero sabe que mandarlo a la escuela secundaria en la ciudad puede ser demasiado caro.


Por ahora, Germán simplemente disfruta de la libertad de escoger entre jugar un partido de fútbol y hacer las tareas, sin la carga que supone un trabajo diario en los campos de caña de azúcar.

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